Hace una semana, Mariana, la directora de esta editorial, me invitó a escribir un artículo en el que compartiera mi experiencia como escritora con otros creadores del mismo oficio.
Cuéntanos cosas como ¿para qué?, ¿por qué?, ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿dónde?, me aconsejó. Y con esas preguntas rondando por mi cabeza, me vine a San Cristóbal de las Casas a trabajar en un proyecto interesantísimo sobre ecoturismo amistoso con la biodiversidad, y ahora mismo estoy sentada tomando café en un café del Paseo Real de Guadalupe.
¿Qué podría contar a mis colegas sobre escribir mientras veo pasar a la gente sin prisa, mientras siento el viento acariciar mi cara, mientras distingo la el cerrito que cierra la calle a lo lejos, y escribo? ¿Para qué contarles que escribo para ser yo, que a veces las imágenes, las sensaciones y las emociones de la vida real y de la imaginación, se van convirtiendo en palabras que necesitan plasmarse en algún lugar y que, de pronto las encuentro esculpidas sobre una servilleta o sobre una libreta o sobre una pantalla?
Imagino que cada quién tendrá sus motivos, sus fórmulas, sus tiempos y sus lugares favoritos para escribir. Soy de las personas que opina que “cada cabeza es un mundo”, aunque pensándolo bien, me estoy convenciendo de que cada cabeza de escritor es un mundo de mundos, un lugar en el que los mundos se vuelve palabras, un espacio en el que las palabras son retratos hablados que se articulan para contar historias.
Por supuesto, como en todo oficio, hay una parte del ser escritor que requiere disciplina, orden, entrenamiento; y todo eso se adquiere, como siempre, practicando. Y practicar en este caso transcurre al escribir y leer, leer y escribir. La buena noticia es que para la mayoría de los escritores, escribir y leer es casi siempre un placer.
Mi primer consejo es nunca salir de casa sin una libreta en la mochila, por si en algún momento del día o de la noche llegan las palabras a sus manos con ganas de brotar. El segundo es asigna un tiempo para escribir y aunque no se te antoje, escribe. El tercero es diviértete al escribir, escribe para ti, asómbrate de las cosas que ves desde tu punto de vista, desde lo que siempre haces, desde lo que nunca has hecho, desde lo que te ha pasado, desde lo que te hubiera pasado, desde lo que ni siquiera te imaginas.
Termina algo. Concéntrate en un texto, dale algunas vueltas, afínalo y permítele seguir su camino. No hay peor enemigo para un escritor que un texto atorado en el escritorio, ni mayor placer que ver tu texto convertido en libro. Para que esto pase, hay que seguir algunos pasos: enviarlo a un corrector de estilo, elegir una portada, registrarlo, imprimirlo. En cada paso hay que elegir y elegir siempre implica un sacrificio, porque cada vez que escogemos algo, dejamos otras opciones. No dejes que eso te paralice.
A veces, cuando le das tu texto a un corrector de estilo, sientes como si estuvieras dando en adopción una parte tuya. Sin embargo, no puedes obviar este paso. Aunque tú mismo seas el mejor corrector de tu propio estilo, habrá cosas que no veas por aquello de la ceguera de taller. Algún día mandé a imprimir un libro sin seguir este consejo y me arrepentí hasta que asumí que los errores son parte del aprendizaje. No lo vuelvo a hacer. Otra vez le di un texto a un corrector expertísimo, que tenía tan su propio estilo, que cuando me regresó mi texto parecía haber estado escrito por otra persona. Te recomiendo que siempre te regresen tu texto con control de cambios y que te sientes una tarde con tu corrector a discutir cada coma, cada punto, cada acento. Esto te permitirá aprender para ir haciéndolo mejor, además te permitirá asegurar que al final del día tu texto diga lo que tu querías decir.
Hay tantas cosas que me gustaría platicar sobre escribir, que me parece que el día entero no me alcanzaría. Pero hay un tema que aprendí hace algunos años y no me gustaría dejar en el tintero. Hoy la tecnología nos permite a los autores independientes hacer que nuestros textos se conviertan en libros poco a poco, justo a tiempo, imprimiendo solo los que vamos poniendo en las manos de los lectores sin tener que almacenarlos en nuestras casas. Les recomiendo intentarlo y publicar. Para un escritor, tener un libro impreso es como graduarse, como parir un hijo, algo delicioso que vale la pena intentar.